La escuela se ha definido en la modernidad como el lugar social de
la infancia. Hoy hemos de retomar esta consideración, pero señalando que la
institución escolar ha de articularse en red. Red quiere decir no el traspaso
de responsabilidades, sino la articulación de diversos niveles de responsabilidad
para llevar adelante tareas diferentes pero en una cierta relación de reenvío.
Otras instituciones, servicios y programas educativos sociales;
sanitarios; psicoterapéuticos, pueden abordar las nuevas demandas emergentes,
en el entendimiento de que estas cuestiones son multidimensionales y requieren,
por tanto, lo que postulamos como modelo de trabajo en red.
No se trata de labores sustitutivas de la escuela, ni de la
familia, sino suplementarias. Hay que pararse a escuchar las nuevas cuestiones
que atañen la lucha por la igualdad de oportunidades. Proponemos pensar nuevos
recursos de articulación social, como nuevas modalidades en las
que sostener la responsabilidad que nos atañe, ante las nuevas generaciones
y la fragilizarían de lo social. El punto de arranque de esta nueva
responsabilidad pública se encuentra en la consideración de las modalidades
emergentes en la socialización de las infancias y de las adolescencias y en las
nuevas modalidades de construcción de la socializad de cada sujeto3
, ya que no es posible hoy que las regulaciones vengan
exclusivamente de las instituciones
Tradicionales (familia, escuela...). Tampoco podemos esperar que
los mass-media posibiliten, por sí mismos, aprender a leer los textos y el mundo.
El reto está, en medio de
la banalización, en sostener una verdadera apuesta de culturalización para las
nuevas generaciones: definir a la escuela como espacio tal que posibilite
albergar a las infancias y a las adolescencias, para dar a cada sujeto la
posibilidad de un encuentro con los otros, con el Otro.
La escuela como espacio y como oportunidad de cultura. Como casa
de cultura, que coordina e impulsa la participación, que se abre a lugares
diversos y, a su vez, aloja lugares diversos.
Ante lo segregativo de la consideración de “una” infancia, frente
a la cual aparecen los niños adjetivados desescolarizados, absentistas, infractores,
desinteresados, problemáticos, violentos, inmigrantes..., proponemos alojar lo
múltiple entretejido en lugares múltiples, intereses
múltiples, patrimonios múltiples. Puede que este momento
histórico, en el que dominan las lógicas de redes, sea propicio para dar cabida
a lo múltiple, homologado en las búsquedas culturales.
El mundo ha cambiado. También el mundo de los niños. La noción
misma de sistema que se emplea: un único orden posible para encauzar a “la” infancia,
se transforma en el principal obstáculo epistemológico para pensar nuevas
maneras de sostener la responsabilidad pública ante las nuevas generaciones. Se
trata de realizar un esfuerzo de invención para un siglo nuevo.
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