Es difícil hablar del sentido
y decir algo sensato.
A. J. Greimas
Es un hecho de experiencia común
que el hombre vive inmerso en el sentido, rodeado por una especie de “placenta
semiótica”, en la cual “respiramos, nos vemos y somos”. En el caso del lenguaje, el sujeto debería
actualizar lo que ignora. Lo cierto es que nunca se conoce el origen de nada.
Dejando, pues, de lado la cuestión de los orígenes, pensemos en sincronía,
durante algunos minutos, en la naturaleza del sentido, en su emergencia y en
las formas de su articulación.
Naturaleza del sentido
El resultado de la organización del sentido en el discurso es la
significación. Sentido y significación no son la misma cosa. La
significación surge siempre de la relación que el discurso establece entre el plano de la expresión y el plano del contenido, relación que genera
la función semiótica o semiosis. La
significación está siempre articulada;
el sentido está simplemente orientado.
La significación surge siempre de un entrecruzamiento entre lo sensible y lo inteligible. En tal sentido, el sistema de valores, tanto
semióticos como axiológicos, resulta del encuentro o conjugación de una mira y de una captación: una mira que
guía la atención hacia una primera variación, la de la intensidad, y una captación,
que pone en relación esa primera variación con otra, de naturaleza extensiva, y que delimita así los
contornos comunes de sus respectivos dominios de pertinencia.
El recorrido de la significación
Para llegar a su plena articulación,
la significación sigue un recorrido inmanente
a lo largo del discurso. El recorrido generativo de la significación va de los
elementos más simples a los más complejos, de los más abstractos a los más
concretos, de los más profundos a los más superficiales. Y, para recorrerlo,
necesita una instancia de discurso.
La instancia de discurso
La instancia de discurso
designa “el conjunto de operaciones, de operadores y de parámetros que
organizan y controlan el discurso. El acto es primero, y los componentes de la
instancia son segundos, puesto que emergen del acto mismo”
El sentido no existe fuera del
discurso (entendiendo por “discurso”
desde el “discurso de la vida” hasta el discurso del poema o del cuadro de
pintura, o el discurso del film, o el discurso de un partido de fútbol, o el de
cualquier práctica significante). El sentido es un producto del trabajo con los
signos, y surge siempre de una negociación compleja entre un sujeto y uno o
varios objetos. El acto primero es un acto de enunciación, que produce la
función semiótica. Con la función semiótica, la instancia de discurso opera ese
reparto, del que ya hemos hablado, entre el mundo exteroceptivo y el mundo
interoceptivo. Una vez cumplida la
primera “toma de posición”, ya puede funcionar la referencia: otras posiciones podrán ser reconocidas y puestas en
relación con la primera. Y ese es el segundo acto fundador de la instancia de
discurso: por medio de la operación de desembrague,
la instancia primigenia realiza el paso de la posición original a otras
posiciones. El desembrague es de orientación disjuntiva; gracias a esa
operación, el mundo del discurso se distingue de la simple “vivencia” personal
de la pura presencia, que es inefable.
En resumen, la
ideología es un efecto de sentido que
surge de operaciones gramaticales, fundamentalmente sintácticas, organizadas
por el texto, considerando como “texto” cualquier organización de elementos
significantes, desde la lengua natural hasta las prácticas significantes más
diversas, pasando por los “lenguajes” artísticos, de cualquier naturaleza y
nivel que ellos sean.
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